31 octubre 2013

Celebrada la Cena de Cristo Rey 2013

El sábado 26 de octubre, vigilia de la festividad de Cristo Rey, se ha celebrado en Madrid la tradicional cena que, en nombre de la Comunión Tradicionalista, organiza el Círculo Cultural Antonio Molle Lazo. Se dieron cita correligionarios y simpatizantes jóvenes y viejos; veteranos de la Causa y nombres ilustres junto con nuevos y entusiastas carlistas. Como es habitual hubo tres discursos a los postres. El profesor Juan Cayón presentó a los oradores.
Vista de una de las alas del comedor durante los discursos
Habló en primer lugar Víctor Ibáñez, secretario del Círculo Carlista Marqués de Villores. A partir de una cita del Obispo Tissier de Mallerais, «si no luchamos por el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo, tendremos el reinado social del demonio», comparó el orden social cristiano con el impuesto por el liberalismo en nuestra Patria, mediante esas guerras de agresión a la sociedad católica, y de autodefensa de ésta, que luego se llamaron guerras carlistas. Comparó a las actuales autoridades eclesiásticas, que cantan las alabanzas de esos principios, con los clérigos apóstatas que elevaron altares al emperador en los primeros tiempos del cristianismo hispano. Destacó cómo las celebraciones carlistas de la fiesta de Cristo Rey, desde aquella en San Sebastián que siguió al acto de la plaza de toros de Pamplona, con el que la Comunión Tradicionalista reaccionó a la quema de conventos de mayo de 1931, (en el acto de Pamplona el Carlismo declaró la guerra al régimen masónico; la Guardia Civil detuvo al Marqués de Villores, Jefe Delegado, y a toda la plana mayor de la Comunión, en medio de enormes disturbios antirrepublicanos por las calles de la ciudad. Los carlistas desde entonces se prepararon para combatir el laicismo con las armas en la mano, como hicieron los cristeros en la Nueva España, y ese fue el espíritu de la celebración de Cristo Rey en el Hotel Londres de San Sebastián) hasta las de las décadas de mil novecientos sesenta y setenta, a veces presididas por S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, tuvieron lugar sucesivamente bajo el signo del gozo, del temor y de la tristeza. A pesar de todo, concluyó, las de estos últimos años bien puede presidirlas la esperanza, una de las pasiones fundamentales del hombre a las que alude Santo Tomás de Aquino, y también virtud teologal. Esperanza en un resurgimiento de la Causa, por el que debe lucharse denodadamente.
Vista desde otra de las alas del comedor
A continuación tomó la palabra Juan Manuel Rozas, abogado del Ilustre Colegio de Madrid. Con fina ironía citó a Andrés Ollero, «un católico bastante oficial», quien defiende que el Estado debe mantener con la religión una relación parecida a la que tiene con el fútbol: puede protegerlo y fomentarlo, pero no tomar partido por ningún club. Contra esta laicidad «positiva» Rozas dijo que «los que estamos aquí esta noche (...) seguimos sabiendo que Nuestro Señor Jesucristo, hoy expulsado de los parlamentos y de los tribunales, debe reinar sobre las naciones; que las instituciones y las leyes de las naciones deben someterse a la sabiduría divina; que los pueblos y sus gobernantes deben rendir culto públicamente a Dios, con el único culto (el católico) que agrada a Dios». En la última parte de su discurso, refutó las objeciones que suelen aducirse contra la verdad católica de la realeza social de Nuestro Señor: que se trate de una doctrina obsoleta a los ojos de las mismas autoridades eclesiásticas, y que el ideal de la Cristiandad sea hoy irrealizable. Su respuesta fue el recuerdo del ejemplo de los combatientes mejicanos en la segunda Cristiada, quienes se negaron a aceptar los compromisos alcanzados por la jerarquía de la Iglesia y fueron capaces de explicar el objeto de su lucha con palabras como éstas: «Nomás queremos ser como brasas de rescoldo (...) Que aunque sea nosotros guardemos la lumbrita bajo las cenizas. Y nomás en la espera de que soplen buenos vientos y nos arrimen [hojarasca], para que de vuelta se prenda la cristiada en todo México». Con sus palabras finales, Juan Manuel Rozas animó a que «mantengamos en alto la bandera de Cristo Rey, la doctrina íntegra, las brasas de rescoldo bajo las cenizas, a la espera de que, cuando Dios quiera, si Dios lo quiere, como Dios quiera, soplen de nuevo buenos vientos».
El Jefe Delegado durante su discurso
El tercer y último discurso fue el de José Miguel Gambra, Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista. En su parte central destacó que parece que el pontificado actual va a renovar el hostigamiento contra la doctrina social de la Iglesia, la cual se condensa en la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo. Ante esta actitud, que contrasta con la relativa benevolencia del anterior hacia el tradicionalismo, el profesor Gambra sostuvo la licitud de la resistencia y de la crítica a palabras como las pronunciadas en Brasil a favor del laicismo y la aconfesionalidad del Estado. Contestó luego a las objeciones que suelen ponerse a quienes hacen tales criticas públicamente, señalando que deben formularse con prudencia y ciertas limitaciones, pero también destacando que «no hay autoridad absoluta alguna en este mundo, ni en la sociedad civil ni en la eclesiástica, a la que se deba un acatamiento ciego y con independencia del orden natural y sobrenatural querido por Dios». Lo cual vale también para los papas, pues, como enseña el Concilio Vaticano I, el Espíritu Santo les fue prometido sólo para custodiar con su asistencia «la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir el depósito de la fe». Contra quienes postulan un acatamiento irracional de cuanto hagan y digan las autoridades eclesiásticas, José Miguel Gambra defendió la licitud de hacer uso de la razón, que Dios nos dio para discernir el bien del mal, y de defender la doctrina social de la Iglesia como parte del depósito revelado de nuestra Fe. Finalizó animando a conservarla como el centro de la doctrina carlista, aun a pesar de las zozobras interiores que la oposición de los propios eclesiásticos pueda producirnos.

Terminó la velada con el canto entusiasta del Oriamendi y los vivas de rigor.